20 de abril de 2012

Carta al ciudadano Felipe de Borbón, por Iván Rivera


[Carta escrita por Iván Rivera en Brucknerite. Licenza Creative Commons BY-NC-SA]

Estimado Felipe,

Espero, en primer lugar, que sepas disculpar mi trato llano. A mi mente, invadida por la lógica republicana desde que tiene uso de razón, le cuesta tratar con altezas y majestades fuera de contextos literarios, historia o fantasía. Si hubiera más diferencia de edad te trataría de usted, pero yo, aunque más joven, recuerdo haberte visto casi niño en televisión. Así que tú, para mí, eres Felipe. Yo me llamo Iván. Un placer.

Me dirijo a ti porque creo que a partir de este momento eres una persona clave en un proceso fundamental: el de la renovación de nuestro país. Como no te conozco más que por referencias lisonjeras de los hagiógrafos de tu familia, entenderás que me reserve un juicio más definitivo. No obstante, he decidido imaginarme que eres un patriota razonable. Una especie de más bien poca abundancia. A mi manera, yo también soy un patriota. Quiero lo mejor para mi país. Quiero que entre todos contribuyamos a crear un futuro brillante, justo y civilizado para la humanidad.

Te decía antes que soy republicano, de arriba abajo y de dentro afuera. No es por tu culpa. Ni siquiera —líbreme Newton— es culpa de tu padre. Algo de culpa tiene quien nombró a tu padre para el cargo que desempeña, pero ni ese es tan importante como para que yo pierda mi tiempo y te haga perderlo a ti citándolo. Soy republicano por lógica, porque creo que la soberanía, toda, reside en el pueblo.Porque respeto la inteligencia de mis conciudadanos y les creo capaces de comprender y de decidir por sí mismos sobre su destino.

Tú también eres parte del pueblo. Por eso no puedo rechazarte como persona, aunque perciba la institución que representas como una reliquia de tiempos peores —la crisis es muy dura, sí, pero seamos razonables. Y hablando de razón, creo que es a ti a quien debo dirigirme y no a la cabeza de tu monarquía. Tu padre ha hecho mucho por los que, de seguro, creía que eran los mejores intereses de su país. También se ha divertido lo suyo. Ha tenido una buena vida. Pero tú, yo y otros cuarenta y siete millones de españoles sabemos que ya no es quien era, y que su tiempo está por terminar.

¿Y entonces? España necesita refrescarse; unas nuevas bases, un nuevo comienzo. Hemos tenido suficiente barbarie, suficientes autócratas, suficiente incultura y poca esperanza. Hemos tenido algunos éxitos, qué duda cabe, pero los fracasos pesan mucho en nuestra memoria. Admiro a los republicanos de antaño, pero no supieron ver más allá. Honro a los que condujeron nuestra transición, pero sus miedos nos han anclado en un peligroso pantano. Tal vez nadie tuvo otra alternativa que hacer lo que hizo, lo mejor que pudo. Pero ahora, estoy convencido, llega un nuevo vértice del cambio. Quiero proponerte un trato. Un pacto conmigo, con nuestros conciudadanos, con la historia.

Tu padre abdicará pronto. Quizá tú mismo puedas convencerle para que abdique y empiece una vida más sincera. Entonces tú serás rey. Durante la ceremonia de tu coronación en el Congreso de los Diputados —más que nada por hacer la escena algo más dramática— renunciarás al cargo por ti y por todos tus herederos, a perpetuidad. Sugerirás a renglón seguido que se inicie un proceso constituyente para una nueva República, apelando a la responsabilidad de los representantes del pueblo e instándoles a abrirlo a la participación de todos los ciudadanos. Será, no me cabe duda, un momento difícil para ti. Tampoco me cabe duda de que oirás un aplauso extraño, como agarrotado, que se irá extendiendo y agrandando hasta convencerte, más allá de toda duda, de que habrás hecho lo correcto.

No te preocupes por tu vida posterior. Eres una persona muy preparada, pero bastará la repercusión del único acto de tu reinado para asegurarte una memoria perdurable. En mi pueblo hay un busto tuyo en lugar principal, colocado en virtud de tu título. ¡Gánatelo! Nadie, te lo garantizo, acudirá a tu puerta para indicarte el camino de salida de la nueva República Española. Permíteme además —como si no me hubiera tomado suficientes libertades ya— que te haga una sugerencia más. En cuanto te sea posible, preséntate como candidato a presidente. Tienes un buen currículum y bastantes posibilidades de que tus conciudadanos te elijan libremente. Quizá hasta pudieras convencerme para que te votara, aunque comprenderás que no te lo garantice.

Una última petición: cuando todo empiece de nuevo no olvides invitarme a comer. No tengo gustos caros. Unas migas manchegas pueden servir: conozco un par de sitios por mi tierra donde sabrán coronar —qué a propósito viene el verbo— esta pequeña aventura. ¿Hay trato?

Iván Rivera, ciudadano

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